NO ES posible fingir más: el mundo nos es desconocido. Dentro de nuestro tibio cuarto de estar, ¿no cabrán sino nuestra memoria y nuestra profecía? ¿Seguiremos diciéndonos que está bien todo, y que la mayor parte de cuanto vemos nos agrada, y que vivimos en el mejor organizado de los planetas, acompañados y gozosos? ¿No caeremos en la cuenta de que hay a nuestro alrededor más crueldad de la que el entendimiento puede soportar? La necesidad, la cobardía, el sufrimiento intolerable, la renuncia a una lucha en la que siempre se pierde, el deseo de tirarlo todo de una vez por la borda, la faena inútil de Sísifo, el eterno suplicio de Tántalo, y cuantos mitos crueles el hombre inventó para describir con belleza su dolor. La rabia apasionada que provocan los comportamientos injustos, demasiado como para poder ser consentidos. Los repentinos infortunios, los accidentes fortuitos que se llevan lo que nos era imprescindible, las enfermedades incurables, los desastres desalentadores, las riadas que arramblan cocinas y sentimientos, los tormentos que arrancan la piel y la esperanza... La decepción, el fraude de la vida que nos pone delante de los ojos la nimiedad del placer y la infinitud de la miseria.